Ninfas gastadas escudan
la ternura de un bebé
mientras me pregunto qué
habla esa criatura muda.
Me cuelgo de sus orejas,
le doy un beso con ruido,
me encaramo del sonido
que ha emanado de su boca.
Y aunque ya parezca loca,
y la gente se impaciente
al ver que intento entablar
algún diálogo coherente,
yo sigo en mis trece, y pido
al infante que me escuche.
Y que conteste en su lengua;
seguro, la entenderé.
jueves, abril 19, 2007
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