viernes, febrero 20, 2009

Las imágenes dan paso a los sonidos, y en una vieja calesita escondida en un rincón de mi memoria, se escucha el tintineo de los cascos de los caballitos de madera, subiendo y bajando, interminablemente, hasta dar vuelta a la rueda que acabará por pararse.
Una mezcla de canciones bulle en mi oído ante esa sensación de déjà vu de la imagen en mi cabeza. Y en mis orejas.
Muevo un poco la antes citada (cabeza), y de allí emergen ahora, como mágicamente, un gusano loco y un tren fantasma. Al primero me subo sin dudarlo. Me encanta corcovear sobre el gusano delirante.
Al tren fantasma, en cambio, no me le animo. Como diría un paisano, no son moco 'e pavo los fantasmas que uno lleva adentro, como para que encima le agreguen fantasmas en vivo y en directo...
Finalmente desdeña mi vuelo panorámico por un día de mi infancia aquella montaña rusa tan amenazante, y me entretengo jugando al juego más aceptable de los que encuentro camino a la salida.
Ya está.
La recorrida me deja otra vez acá, sentada frente a la máquina, boquiabierta y preguntándome dónde se había escondido, durante taaanto tiempo, mi niñez.

No hay comentarios: