miércoles, abril 30, 2008

Cuando las pistas escasean, cuando la desorientación copa la mirada, cuando no hay un mero indicio allá adelante, es tiempo de respirar hondo, cerrar los ojos, entrar lentamente en el interior de los párpados cerrados, y pedir ayuda a la única fuente que puede proveerla: uno mismo.
Cuando la presión acecha, cuando los caminos parecen cortados masivamente, cuando no se vislumbra ni remotamente una salida, entonces: cerrar los ojos, respirar hondo...
Es tan simple como algo que permanentemente tenemos a nuestro alcance. Pero las lucecitas de colores y los carteles de neón suelen encandilar nuestra visión.
Cada vez que eso sucede, recordar: buscar un rinconcito de paz. Y ese rincón, de un modo infalible, inclaudicable, anida detrás de nuestras persianas bajas, detrás de la ilusión de los ojos, detrás de los caireles y los escenarios fantásticos; tan cerca como una respiración. Tan vital como la vida misma.

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